Saturday, September 30, 2006

Breve intensidad


Qué te voy a decir si cada uno de tus suspiros me pone en pie de guerra. Si persiste en mí el deseo de desear tu sonrisa como imperecedera. Si siento hambre de besos y olor a ropa quemada al pensar en tus caricias. Si son curanderas de mis pústulas tus pupilas. Si la paz me gobierna al saberte en paz.

Qué te puedo decir si cada vez que enciendo un cigarrillo quiero dártelo a probar. Si pienso en ti como felicidad. Si amanezco esperanzado de que antes de tu “dia” vaya un “gran”. Si quiero dejarme llevar. Si haces que tenga ganas de acabar lo que me queda y cuanto antes empezar. Si cuando estoy “más cerca” allí estás.

Qué te puedo decir que no hayas visto en mis ojos ya. Si en tan poco tiempo nadie me conoce más. Si ha sido tuya mi fertilidad. Si tus huellas en el camino quiero pisar. Si esperándote, mis siete vidas, podría estar. Si cuando te duele me mata. Si cuando me miras despiertas mis ganas. Si cuando me enseñas me incendias. Si cuando me sueñas me inyectas mil “a tu lado quiero estar” en las venas.

Si no habrá locura como ésta ni quien me la vuelva a incitar. Si sólo por ti me quiero dejar atar. Si ya te estoy esperando antes de despertar. Si no hay momento, situación ni sentimiento que no te quiera dar. Si me envuelve tu presencia. Si me enferman tus ausencias. Si perfumas mis querencias. Si cuestionas mis sapiencias. Si son tuyas mis vivencias.



Como sólo a ti, como sólo por ti, como sólo contigo, como sólo tú haces que yo…



…Me quiera entregar.

Thursday, September 21, 2006

Recuerdos y añoranza

Recuerdo que de chicos mi madre nos llevaba, a mi hermana y a mí, a ver las procesiones de Semana Santa “a casa de la abuela Florencia”. Por muchos años que pasen, y que han pasado desde entonces, ese recuerdo sigue tan fresco y limpio en mi memoria que aún puedo verla dejando sobre la cama, inmaculada y perfectamente estirada, la ropa de los domingos, para después pasar revisión militar a nuestras orejas, codos, cara…y ánimo, entre delicados pero precisos y preciosos movimientos de sus manos.

Aunque teníamos edad suficiente como para poder hacerlo nosotros solos con un resultado más que pasable, era ella quien ceremoniosamente abotonaba mi camisa y se aseguraba de que el vestidito de mi hermana “estuviese derecho”. Nosotros la dejábamos hacer, quietos como muñecos, correspondiendo a su dulzura con tiernas sonrisas y sin dejar escapar ni una sola replica o súplica por la boca. Una vez preparados, nos instaba a aguardarla en el comedor en pie, “no arruguéis la ropa que yo no tardo nada”, y sorprendentemente así era. No me he encontrado nunca a una mujer que fuese capaz de aparecer tan radiante empleando tan poco tiempo como a mi madre. (Sin ir más lejos, mi hermana. Cada vez que uno de sus “rollos”, viene a recogerla a casa, me endosa a mí al susodicho para que le de conversación mientras ella “se da los últimos retoques”. Que ya me dirán que retoques son esos porque vamos, yo por lo menos no encuentro la diferencia – y miren que soy observador eh?- entre el antes y el después, y tras media hora digo yo que alguno debería ser perceptible. Pero de mi hermana y sus romances hablaré otro día).

Como decía, mi madre se apañaba y lo disponía todo con la precisión de un relojero suizo. Nos cogía de las manos y salíamos a la calle. “Venga, que no llegamos a las torrijas”. A nosotros se nos iluminaba la cara con aquello. Como mandaba la tradición impuesta por su suegra, antes de que el paso saliese de la iglesia toda la familia tenía que estar allí para rezar un par de oraciones y merendar antes de salir al balcón a ver la procesión. Recuerdo que nosotros movíamos la boca sin decir nada, aguantando la risa por verles a todos haciendo lo mismo: guardando idénticas pausas para tomar aire, cerrando los ojos, meneándose ligeramente en las sillas hacia delante y hacia atrás con el Rosario en las manos. El rezo de sus voces parecía el zumbido de una mosca que aterriza y alza el vuelo una y otra vez. Se apagaba y volvía a alzarse constantemente.

Luego llegaba el momento que mi hermana y yo esperábamos con la misma avidez y predisposición que el tío Pablo la apertura de la tasca de Fermín El Cojo a media tarde. Tras una mañana entera metida en la cocinilla, la abuela exponía ante nosotros sin reparos el Santo Grial del Dulce; y sin reparos y tras prometer un par de veces que teníamos las manos tan limpias como los chorros del oro, dábamos buena cuenta de torrijas, buñuelos, rosca de fideos con miel y tortas de harina, con la misma gratitud que falta de medida.

Con la barriga llena y el espíritu henchido de paz, ellos salían al balcón a tomar el aire hasta la hora en la que la imagen pasase por allí, dejándonos a nosotros de encargados del brasero para que el abuelo, que no podía salir fuera y que no había hablado en toda la tarde, no cogiese frío.

-¿Y quiénes dicen que son ustedes?

- Abuelo, somos tus nietos, pero no hemos dicho nada – sonreí en lo que fue un dibujo tímido y cansino en la comisura de mis labios.

-Ah, muy bien. Déme una de esas, Señor Nieto – nos pedía con la vista fija en la bandeja de la merienda – que se han puesto ustedes torrados y a mí que me cante el sereno.

Nos mirábamos indecisos y nos vino a la cabeza la imagen de Don Julián Hermosilla, el médico se lo tenía prohibido.

-No podemos, abuelo. El Señor Julián y la abuela dicen que…que no.

-Vaya, esos dos dicen que no. Bueno si ellos lo dicen que saben más…¿Qué hacéis aquí? – inquirió, medio abatido.

-Venimos a ver la procesión, hoy es Jueves Santo – contestamos al unísono.

-Jueves Santo, ya entiendo. Pues hace calor para estar en Abril… - comenzó entonces una diatriba sin sentido respecto a como el verano iba adelantando su llegada con el paso de los años. Nosotros no hacíamos mucho caso hasta que nos dimos cuenta de que nos miraba fijamente con esa expresión desubicada que normalmente poseían sus ojos desde que catorce meses atrás comenzara su declive; no sé qué relacionado con el trabajo en la mina durante prácticamente toda la vida.

- Yo antes iba a las procesiones, ¿saben?, y a misa con mi mujer, rezaba y todo. Pero ahora me lo tienen prohibido, como el vino y la tortilla de patatas con cebolla. ¡Si hasta de joven pensé en meterme a cura!, pero claro, luego conocí a la Florencia y ya pueden imaginar ustedes, pero me costó lo mío ¿eh?, que la Florencia ahí donde la ven es hija de Tomás el de la Guardia Civil, y en el pueblo nos conocemos todos. Hasta que no fui a su casa ni cogernos de la mano, oigan, y de lo demás no la convencí hasta que empecé a buscar anillo. Había dias que miraba el Santoral buscándome y todo, pueden imaginar mi paciencia. Pero ay, que recompensa tuvo tanta devoción.

Nos reímos nerviosos imaginándonos al abuelo agarrado de la mano de abuela y con una sudoración digna del campeón olímpico de fondo.

- ¿Quieres que te saquen al balcón y la ves? – sugerimos piadosos.

- Va, si de todas formas no iba a verlo, de joven vista de águila, no se crean, y además ahora me regañan por todo…pero una de esas tortas… - lo intentó de nuevo, si es que recordaba que lo había pedido hacía cinco minutos. Negamos suavemente con la cabeza y pareció resignarse.

- A mi no me gustan las procesiones, me dan miedo – dijo mi hermana.

-Tú te asustas con todo – en realidad a mi me pasaba lo mismo. Tanta gente detrás de la enorme imagen, todos en silencio, las capuchas de los nazarenos y el ruido de los tambores golpeando mi pecho me inducían un frenesí pavoroso que no me abandonaba en muchas noches. Eso sí, no iba a reconocerlo delante de ella e intenté cortar el tema, sin éxito. Ella repuso varias veces y yo volví a contestar otras tantas.

- Yo también – espetó mi abuelo de sopetón – Cuando las oigo venir a lo lejos creo que van a llevarme con ellas. Dios está enfadado conmigo, por eso me mandó a la mina y me ha sentado en este sillón, fíjense ustedes, ni moverme puedo. Razones le he dado, desde luego, como aquella vez que echamos más mano de la cuenta al cepillo de la Dolores, o aquella competición de pedos dentro de la sacristía y que dijimos que había sido la tía de Germán, hasta las ventanas tuvieron que abrir, créanme - siguió contando historias y anécdotas a los dos pequeños desconocidos que tenía delante con un entusiasmo que no se agotaba. Mi abuelo, aquel viejo arrugado que no nos reconocía y al que la vida, hacía unos meses, privaba de muchas cosas, nos pareció el hombre más honesto y, por mucho que hubiese que cambiarle de calzones cuando le venían las ganas, digno del mundo. Reconfortó nuestras almas y nuestros corazones con la cordura de sus incoherencias.

Pasó la tarde tan rápido, entre sus dimes y diretes, que no nos dimos cuenta del atronador silencio hasta que mi madre apareció por la puerta del balcón para decirnos que ya llegaba el Cristo. Yo maldije el que me apartaran del lado de aquel hombre al poco a poco estábamos conociendo esa tarde, me importaba un pimiento la procesión y todo lo demás. Eso sí, cuando la mirada de mi madre se endureció salimos sumisos. Antes de eso prometí que cada Jueves Santo, mientras fuese posible, lo pasaría con el viejo minero. Le besé en la mejilla con cariño y me dirigí al balcón, iluminado ya por las luces de las velas que llevaban los nazarenos. A mi espalda escuché de nuevo su voz y no pude evitar sonreír.

-Y ¿un buñuelito?, sólo uno, se lo prometo.

El resto de mi familia me pregunto que me pasaba. Yo respondí que nada sin perder la sonrisa.

Thursday, September 14, 2006

Al ritmo de nuestro rock and roll


Voy a romper los muebles
Los voy a hacer arder
No quiero que me digan
Que no lo puedo hacer.
Voy a coger tu mano
Te sacaré a bailar
Me da igual que nos miren
No vamos a parar.


Porque esta noche,cariño,
eres tú la luna
y yo el amanecer.


Prefiero esta cerveza
A la más dulce miel
Enciende un cigarrillo
Puedes usar mi piel.
Agarra bien mi mano
Yo no te soltaré
Sólo pienso en la cama
Que nos va a recoger.


Porque esta noche,cariño,
eres tú la luna
y yo el amanecer.


Ya no quiero más drogas
Que ésta que me das
Tropiezo con mis pies
Por todo el Boulevard.
Y si viene la poli
Nos van a detener
El más grande delito
Tatuado está en tu piel.


Porque esta noche,cariño,
eres tú la luna
y yo el amanecer.


Hemos llegado a casa
No desfalleceré
Ya vuela mi camisa
Tu aún estas de pie.
Y mueves tus caderas
Yo ya no se que hacer
Esto es una caldera
Me vas a enloquecer.


Porque esta noche,cariño,
eres tú la luna
y yo el amanecer.


Y no quiero princesa
Que hoy nos pille el sol
Solo quiero tus besos
Borrachos de pasión.


Y no quiero princesa
Que hoy nos pille el sol
Solo quiero tu cuerpo
Mojando este colchón.

No dejo de tocarte
El resto nos da igual
Las horas van pasando
Volvemos a empezar.

De nuevo tú me arañas
No lo puedo creer
Me miras a los ojos
Y se lo que he de hacer.


Porque esta noche,cariño,
eres tú la luna
y yo el amanecer.


Porque esta noche,cariño,
Perdemos el control
Y quiero que lo hagamos
A ritmo de rock and roll.

Thursday, September 07, 2006

Tiempos inconclusos (1)


Dice la canción que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Yo, que puedo contar, y no me dejaría ninguna, las veces en las que realmente lo he sido, vuelvo de vez en cuando a tomar asiento en primera fila, porque, como fulano de tres al cuarto que soy, no hay lugar al que no me guste regresar. Y allí estaba, esperando con un bourbon el reencontrarme con quien me la dio una vez. El por qué es lo de menos, digamos que aunque corra el riesgo de que me mate, adoro la curiosidad. Hacia casi dos años que no la veía y dispuesto a que me rompiera en la media hora que le durase el capuchino de nuevo el corazón, una vez me llamó para ponerme al corriente de que estaba en la ciudad, quedé con ella en el club de jazz al que solíamos ir. No había mejor sitio para vernos. La tenue luz disimularía cualquier gesto inconveniente, escondería los estragos inevitables que nos pone el tiempo en la cara, nos obligaría a guardar la compostura, en el más que posible caso de sentirnos incómodos su hotel y mi piso no quedaban lejos y por último, había sido nuestro rincón. El sitio perfecto.

Cuando me estaba llevando la copa a la boca por tercera vez, apareció. Llegaba tarde, como siempre.

-Seguro que estabas pensando que no vendría.

-Estaba a punto de irme, en realidad. Sin embargo ya sabes como me gusta este sitio, me he acabado por acostumbrar a su mal whisky y decidí esperar un poco más.

-Ya, bueno, tú siempre igual ¿vas a darme dos besos o no? – sonrió.

Me levanté y se los di. Luego agarré la silla que había frente a la mía y echándola hacia atrás la invité a sentarse. Sonó su teléfono portátil y le hice un gesto para que no se preocupara y atendiese a la llamada mientras le servían el café. No sabría decir cuanto tiempo estuvo hablando, posiblemente menos de cinco minutos, que, más que nada, sirvieron para que ambos analizásemos con cuidado de neurocirujano nuestro aspecto físico. Yo había adelgazado visiblemente pero las largas caminatas a las que me había obligado a recorrer en mi intención de dejar el tabaco me daban buen aspecto. Ella poseía esa belleza que sólo una mujer en su situación atesoraba. Cuando colgó, dejé que entrase en calor y probase el capuchino. Volvió a dejarlo sobre la mesa y no pude evitar preguntarle.

-¿De cuánto estás?

-Cuatro meses y dos semanas.

-Supongo que al final…

-Sí, es de Luis y no, no nos hemos casado. ¿Sorprendido?

-En parte. No por el hecho de que estés embarazada, eso era cuestión de tiempo. Es más bien que no me hago a la idea de que mi mejor amigo vaya a tener un crío.

-La gente cambia de ideas, hasta Luis.

-Lo dices con un convencimiento espantoso.

-Es que es así.

-Ya veo. No hay lugar en este mundo para los idealistas, parece ser. Aunque me resigno a aceptar esa idea.

-Lo sé, es parte de tu encanto. Por otro lado siempre has sabido de mis ganas de ser madre. Como bien dices, era cuestión de tiempo y a mí se me estaba echando encima.

En eso estaba de acuerdo con ella. En nuestro último año de relación, cada vez que hacíamos el amor por la mañana antes de irme a trabajar, podía ver como acariciaba su vientre con mimo, ajena por unos segundos al resto de mundo. Después me miraba y susurraba a media voz:

-Podríamos tener uno.

Era una escena que se repetía mucho. Ella desnuda en la cama, dando calor a su piel, pasando con dulzura la mano como si dentro de ella hubiese algo más que la esperanza de obtener de mi parte un sí. Mientras tanto yo iba poco a poco vistiéndome con naturalidad, como si fuese un tema más de conversación. Tenía estudiadas tantas formas de darle una negativa que a veces hasta a mi me sonaban dentro de la cabeza a interminables parrafadas de congreso de diputados.

-No es buen momento, nena, la cámara aconseja esperar al menos un par de años antes de aprobar el proyecto y poder llevarlo a cabo bajo un talante de compromiso y unión satisfactorio para cada uno de los miembros.

La verdad es que a mi la idea de tener descendencia me aterraba. Había sido educado bajo las premisas de: encuentra un buen trabajo, encuentra una buena chica, encuentra un buen sitio para formar una familia…y demás imperativos sociales, pero yo lo más que era capaz de encontrar si tenía suerte era un par de botas nuevas cada invierno, que no se saliesen de los escasos fondos de los que disponíamos. O quizá no fuese terror a eso sino a mi incapacidad sentimental para hacerme cargo de más de dos personas,una de ellas yo. Entonces, mientras divagaba sobre que contestación darle, era ella misma la que ponía punto final al asunto.

Bueno, déjalo.

-Y así acababa todo. Yo me iba a trabajar y ella se quedaba allí, desnuda, y cada vez con más facilidades para tomar la decisión que acabó tomando. Sonó el timbre de abajo,Luis me estaba esperando con el coche.