Saturday, March 31, 2007

Trabados (continuación 6)


Imagen: Cuadro suyo.No hay filo que corte algunos cielos.


Chapter Seven: Dagas y Damas


Fueron extraños los primeros días sin ellos. Aunque me sentía con total libertad para hacer cualquier cosa que se me antojase en casa del Señor Existencia Imposible, aunque Víctor me hubiese dejado en el primer cajón de la mesilla de noche un sobre con la mitad del dinero “recaudado” en la boda sin que me enterase la madrugada en que salieron de viaje. Por mucho que llevasen tres semanas lejos, sólo fuesen dos meses los que estarían fuera y yo estuviese completamente recobrado como para valerme por mi mismo. A pesar de ser mi propio administrador de tiempo: busca un trabajo, duerme ocho horas, come en condiciones, ve la tele, deja el tabaco…vuelve a empezar. Hazlo sin prisas y…

a pesar de todo, fueron días extraños.

Salía a pasear a menudo abrigado por una profunda melancolía, fruto, precisamente, de esa absoluta tranquilidad después de haber perdido todo y haber vuelto al tren que (quizá por distintos andenes, puede que en diferentes vagones, sin duda con divergentes destinos) todos compartimos.

No sé que me llevó a mi antiguo barrio aquella tarde de finales de Mayo. Quizá la subconsciente idea de enfrentarme a todo lo que había sido antes. Aquel lugar aún tenía el olor de Mikel Zalayeta envolviendo cada mota de polvo, cada cara conocida, cada voz familiar, cada esquina.

El viejo Yang estaba donde siempre: sentado a la entrada del portal en su vieja silla escolar de madera. Haciendo lo de siempre: leer un fino y amarillento tomo de historias del viejo oeste que seguramente había comprado en algún stand de la Feria del libro un mes atrás. Alzó la cabeza y al reconocerme su vieja mueca de eterno disgusto afloró en su cara para acto seguido dedicarme un arqueo de cejas como saludo. Desde la otra acera correspondí al envite con una inclinación de cabeza amistosa. Estaba más viejo, más arrugado, más sumergido y desilusionantemente acostumbrado a su pérdida y carencia de sueños. El viejo cowboy negó algo para sí y dejó de prestarme atención.

Encendí un Camel y miré hacia arriba escudando mis ojos de la luz con la mano para buscar la ventana de mi antiguo piso. Creo que lo achaqué al calor, pero una vez que la encontré, con sus viejos cruceros de madera verde y asomando a la calle como un pequeño ojo indiscreto que pasa desapercibido observando cuanto acontece veinticinco metros más abajo, algo de mi penetró dentro de la vivienda. Pude verme llamando por teléfono. Yendo la baño. Comiendo. Fumando canutos. Leyendo poesía. Durmiendo. Follando. Riendo y disertando sobre Bergman con gente de lo más variopinto. Perdiendo los nervios y el control. Acabando una botella de vino en mejor y peor compañía.


Vi mi juventud como la noche de mil colores que disfraza el negro espíritu de siniestros corazones palpitantes de deseo. Vi mis ansias como esforzados latidos que bombean fuertes y trágicas olas por someter otra piel a insondables horas de sudor. Me vi cabalgando frenesíes de pastillas y alcohol con mis mejores trajes de gala, dispuesto, una vez más, a empezar la caza. Me vi de todas las maneras posibles. Me vi hasta el preciso momento en el que salí por la puerta dejándome arrastrar. Y recordé retazos de una conversación con Víctor:

- ¿Te has parado a pensar que hubiese sido de tu vida si aquel tren hubiese salido cinco minutos más tarde?

- En realidad no. Y no me retrasé cinco minutos, sino una eternidad.

- Es lo de menos, deja pragmatismos a un lado. Lo que quiero decir es que de haberlo cogido todo podría haber sido muy diferente para ti.

- Si sumase por minutos las veces en las que me he retrasado en coger un tren, no es que mi vida pudiese haber sido diferente. Es que me sale más en la cuenta del debe que en la del haber. Podría decirse que se recortaría a la mitad de un plumazo.

- O puede ser que quizá debas arriesgar más en ella cuando las cosas son de verdad.



***



En aquel onírico momento Paula se deslizó detrás de mí y su brazo asomó por mi hombro tendiéndome sus enormes gafas de sol. Reconocí su voz de inmediato y me puse las gafas más para protegerme de ella y de mi mismo que del sol. Entre nosotros, siempre han sobrado los “qué tal?”.

- Si lo vieras ahora, no lo conocerías.

- Es un buen piso.

- Sí que lo es. Llevo una semana viviendo en él.

- ¿Cómo? Eso es imposible.

Me giré y allí estaba de nuevo. Frente a mí. Frente a todo lo que había pasado. Frente a todo lo que tenía que pasar. Frente a mi vida. Y lejos de lo que hubiese pensado no le pregunté por qué. No en aquel momento en el que me perdí en sus ojos sonrientes y sus labios que, a pequeñas mordidas, acababan con el helado que sujetaba su mano y que se empezaba a derretir.

- Tienes buen aspecto, Mikel.

- Tú el de siempre. Es el mejor cumplido que te puedo hacer ahora mismo. Perdona, pero si había alguien a quien no esperaba ver hoy aquí era a ti.

- ¿Ah, no? Suponía que venías a enfrentarte al pasado. Aunque has tardado mucho en venir, cariño.

Pensé que iba a correr la misma suerte que la bola de chocolate. Que empezaría a derretirme por todos lados con aquella sonrisa.

- Tengo que darte la razón, me conoces demasiado. Pero a pesar de eso hace mucho tiempo que… ¿cómo que vives aquí? ¿Cómo sabías que…?

- De la única manera posible – me cortó poniendo un dedo en mi boca - piensa.

- Sólo pueden haber sido ellos.

- Entonces han sido ellos.

Iba a empezar de nuevo con mil preguntas, pero volvió a cortarme.

- Tranquilo, son encantadores y están bien. Oye, cielo, tienes una pinta ridícula ahora mismo. Devuélveme las gafas, subimos, y nos contamos todo.

Y aquel tipo ridículo, desecho de calor, nervios, escepticismo y al borde del colapso, siguió sus caderas y olor deseando no perder nunca más su tren.

Aún a día de hoy no consigo convencerme de que todo lo que había tenido que ver con que ella estuviese allí pasase de la forma que me contó.

Wednesday, March 21, 2007

Trabados (continuación 5)




Imagen:Cuadro de Myriam Barada.Observar su arte,es ver.


Chapter Six: El mundo de Oz - Preludio


Come carne plancheada, ensalada y un par de vasos de vino. Camina por el parque al atardecer. Hazte chequeos médicos. Fibra. Tripas en orden. Mejillas sonrosadas. Cero alcohol. Cero cigarrillos. Cero colesterol. Cero problemas de salud. Helados en verano. Cine el día del espectador. Cumpleaños con velas.

Sexo con condón. Dormir como un tronco. Seriales de radio. Salto a la comba. Salidas al campo. Lectura los domingos. Cursos de cerámica. Uñas arregladas. Rulos en el pelo. Fiestas en el barrio. Tarjetas por navidad. Estar en plena forma. Jugar a las cartas. No gritar en los atascos. Vitaminas y minerales. Cuidados corporales. Salud de hierro. Cero artrosis. Buena filosofía de la vida. Vitalidad. Buen humor. Tranquila vejez.

Imagina: “así quiero estar yo a tu edad”.

Imagina seguir las normas. No saltarte un stop.

Y un día pasa que te toca el gordo, te duele la cabeza y se empieza a acabar todo. Y un día te hablan de frutos secos. “Imagine una almendra. No, imagine una nuez. Es como una pequeña nuez”. Imagina una nuez incrustada dentro de tu cabeza. Imagina a un oncólogo hablándote de nueces. Imagina un tumor con forma de nuez.

Imagina batidos asquerosos. “Los hay de fresa y vainilla”. Llenos de todo lo necesario para cubrir tus necesidades. Bebe cuatro batidos al día. Llénate el estómago con ellos. Vomítalos. Vuelve a empezar. Consúmete. “Estadio cuatro. No es operable”. Búscate un psicólogo. Ayuda al familiar. Lee panfletos con fotos de niños sin pelo sonriéndote. Los niños los prefieren de fresa. Los niños también los vomitan.

Imagina tu cerebro como un gran pastel. Córtalo en porciones. Caliéntalo con quimio y radioterapia. La nata en su estado líquido zumbando en tus oídos. Derrítelo.

Imagina niños hablando de sus frutos secos. Imagina una nuez quitándote la vida.



***



Me costó hacerme a la idea de que tanto el Señor Existencia Imposible como su señora no estaban completamente locos. No he pegado ojo desde aquella confesión. Era demasiado. Es como si llegas a meta en primera posición después de remontar la carrera y el juez te quita el título. Así de egoísta me sentía. No podían hacerme aquello. Y qué si a la mañana siguiente ella iba a estar dos horas enganchada a una máquina. Y que si él la vería con mal cuerpo. No era capaz de asumirlo.

Deseé que me implantaran un cerebro nuevo. Uno con el que no fuese consciente de nada. Que los fotogramas de la vida pasaran delante de mis ojos hasta que llegase el momento sin que me enterase. Siempre me han dicho que desperdicio mi inteligencia. No quiero tenerla. Quise ser un imbécil sin neuronas y no pararme a buscar explicaciones ni por qués dolorosos. Un completo inútil con el que nadie pueda contar.

Quise ser el espantapájaros.

Horas después pensé en largarme de allí. No estaba hecho de la pasta necesaria para bregar con aquello. Quise ser un gallina despreciable. Elegir la vía fácil y abandonar. Lo achacaría a eso. Al pánico. Al terror de caer de nuevo en la espiral. Haz “¡buuu!” y Mikel saldrá por patas, lleno de vergüenza como un vil cobarde con el rabo entre las piernas.

Quise ser el león.

Y cuando me cansé de buscar motivos o intentar echarle huevos me hurgué en el corazón. Busque con tesón el consuelo del amor. De hacerle sentir cerca la pasión por la vida, vida que ella estaba perdiendo. De rejuvenecer su esperanza de que dejaba al hijo que nunca había tenido con unas ganas inmensas por descubrirlo todo cada día. De que pese a todo nunca hay que dejar de latir con entusiasmo.

Quise ser el hombre de hojalata.

Y sin embargo, mientras entregaba el brazo de Cristina a Víctor a mitad del camino de baldosas amarillas donde el juez les esperaba, me di cuenta de que sólo podía llorar. Y llegué a la conclusión de que: El hombre de hojalata se equivocaba. El león se equivocaba. El espantapájaros se equivocaba. En Oz, hagas lo que hagas todos vestimos con el mismo par de medias a rayas. Y como la tristeza y la alegría comparten colchón, lo único que dibujaron mis labios fue una triste pero amorosa sonrisa.

Feliz luna de miel, Dorothy.

No imaginaba yo en aquel momento que una semana después de la boda me encontraría con mi Judy Garland particular. Aunque Paula, es morena.

Thursday, March 15, 2007

Trabados (continuación 4)


Imagen captada por sus ojos. Siempre, mi luz.


Chapter Five: Confesión entre las flores


Días antes de colarme en el traje que llevaría en la ceremonia ya empezaba a sentir lo incómodo de la situación. Las miradas inquisitivas sobre mi cabeza. Los comentarios en voz baja. El miedo a contraer mi aspecto, que aunque había mejorado bastante, seguía oliendo a “nada bueno”. Tanto el Señor Existencia Imposible como su futura esposa me habían repetido innumerables veces que además de no disponer de la fortuna necesaria para dar de comer a cien personas, tampoco simpatizaban con un número de gente tan numeroso delante del que darse el “sí”. Algo breve, algo intimo, algo familiar.

Creo que era precisamente eso lo que más nervioso me ponía. Cuando más gente hay alrededor más solo te sientes, y si había algo que yo esperaba ese día era pasar tan desapercibido como el muñeco vestido de negro del quinto piso de la tarta.

- En cualquier caso – me repetía Víctor - no debes preocuparte. Te aseguro que si alguien va a hacer de diana allí es un servidor – palabras cuyo significado entendí la tarde siguiente.

Para irme metiendo en ambiente me convencieron de que los acompañase al juzgado, al salón dónde se daría el banquete, a recoger las tarjetas que repartirían al terminar el acto, a la agencia de viajes a por los billetes del lugar donde pasarían sus primeras horas de arrumacos y tantos otros sitios que no despertaban en mi sino el deseo de que aquello acabase cuanto antes. Es increíble la cara de complacientes gilipollas que me he ido encontrando en las personas encargadas de que toda la historia salga bien. Recuerdo al tipo de la agencia de viajes en particular.

- ¿Y que piensa hacer la entrañable parejita allí? Hay sitios muy cucos que visitar. Tranquilos y acondicionados. Para gente como ustedes. Largos paseos por la blanca arena de la playa…

Les organizó el tiempo de tal manera que parecía que el tipo no creyese posible que fuesen a echar un solo polvo. Hablo de ese tipo de predisposición a juzgar por el aspecto que tiene la gente. De ahí mi inquietud. El aspecto de mis benefactores no incita a la pasión desenfrenada. Y el mío no es precisamente de querubín. En el primer caso, a más de uno le entrarían moscas en la boca si durmiese con sólo una pared separando su cuarto del de los ancianitos. En el segundo, lamentablemente, acertaría de lleno.

Acompañarlos ha sido una forma de conocer a Cristina más a fondo. Cincuenta y cuatro años, soltera y sin hijos, es una mujer forjada a si misma. Hija del zapatero del pueblo donde nació, la prematura muerte de su madre al contar ella con sólo cuatro años de edad le ha otorgado un don innato para sobrevivir siempre rodeada de hombres. Un padre estricto y machista hasta la médula y tres hermanos varones que no le iban a la zaga, en aquellos tiempos, hicieron de ella una superviviente nata.

- Mi padre era muy rojo, mucho. Recuerdo un partido en el que se enfrentaban Rusia y España. ¿Sabes con qué himno se puso en pie? - Y pese a todo esto creo que no conozco a nadie con las pelotas necesarias para estar a la altura de esta mujer. Supongo que hacía falta estar tan loco como Víctor para llamar su atención. Me contó que se conocieron en un bar de poca monta al que solían acudir los jueves por la noche a jugar a las cartas. Tras varios intentos por atraer su mirada, con resultado infructuoso, fue ella quien acercándose al Señor Existencia Imposible dio el primer paso:

- Señor mío, lleva toda la noche guiñando el ojo y yo atenta a su partida de mus. Viendo como está el tapete dudo que esté pasando señas a su compañero, por lo que he decidido aceptar su invitación a cenar mañana conmigo.

Víctor se quedó tan pillado que aún se preguntan en el bar si mi buen amigo llevaba treinta y una a juego, o no. El caso es que pagó los chatos de vino y dio por finalizada la partida en ese mismo momento. Dos meses después, estaban tan enamorados el uno del otro que decidieron casarse por lo civil.



***



- ¿Vestido blanco de novia y con sacerdote, Mikel? Por favor, hijo, ¿en qué época vives?

- Supongo que en una muy lejana.

- ¿Cómo dices?

- Olvídalo, creo que es el polen…

Mis nociones de botánica se resumen al nombre de las hortalizas y verduras del supermercado, alguna seta insana y varios tipos de variedades de marihuana. Así que, metido en aquel invernadero a más de treinta grados de calor y con decenas de cultivos atacando mi nariz, me empezaba a faltar el aire. Iba caminando por estrechos pasillos adornados de pétalos detrás de ella, que llevaba más de hora y media eligiendo las flores para el ramo. Aunque era un deleite observar su entusiasmo por la vida de las plantas, mientras iba contagiándome del suyo propio charlando sin cesar de todo un poco, agradecí el pequeño reservado donde servían té helado a los visitantes. Nos sentamos.

- Y sin embargo, aún la sigues queriendo ¿verdad?

- Con todo mi maltrecho corazón. No he dejado de pensar en ella un solo día.

- Víctor me contó la historia. Triste, y sin embargo me gusta pensar que necesaria en un mundo que antepone casi todo al amor. Al menos a éste.

- Supongo, no sé. Es la primera vez que me siento cómodo hablando de esto con alguien. Me alegro de habéroslo contado.

- Y nosotros de que lo hayas hecho. ¿Lo escribirás en tu “manual”?

- Puede ser, pero no ahora. Espero que no te importe…

- Ni mucho menos. Sé que te sirve de terapia. Que él te animó a seguir haciéndolo. Sé que somos dos actores de la obra. Espero que importantes, eso sí.

- Puedes asegurarlo sin dudas.

- ¡Entonces cómo me va a importar!

- ¿Querrás leerlo, lady Macbeth?

- Ofelia, diría yo. Y no, cariño. Es una parte demasiado vital de ti, demasiado importante. Guárdalo hasta que llegue el momento en el que merezca la pena enseñarlo. Ese momento aún no ha llegado, pero llegará.

- No te entiendo. ¿Cuándo llegará según tú?

- Cuando todos ocupemos nuestro lugar, y lo haremos créeme. Tú el tuyo. Y nosotros el nuestro.

- Me vas a perdonar esto, pero es un placer charlar con Groucho Marx.

- Lo entenderás muy pronto, y saber que vas a “vivir” otra vez me es suficiente. Eres tú quien tendrás que perdonarnos.

- Así no vamos a ninguna parte, cielo. ¿Qué pasa? Nunca tendré nada que perdonaros y todo que agradeceros. Lo sabéis, así que antes de ir por Víctor puedes decirme lo que sea. O quizá, si se trata de algo importante deberíamos esperar a estar con él.

- El no se atreverá, te quiere demasiado. Igual que yo.

- Suéltalo o lo próximo que preparen aquí va a ser una tila.

- Mikel, tengo cáncer. Me estoy muriendo.

Friday, March 09, 2007

Trabados (continuación 3)




Imagen: Cuadro del gran talento de Myriam Barada. Tinta y luz que acompaña a esta historia.


Chapter Four: Genealogía


He de decir en mi favor que nunca se me ha pasado por la cabeza hacer algo semejante. No sé, no conocí a mis padres y no tengo hermanos que hayan avalado el proceso. De hecho, lo más próximo a esto que recuerdo tiene nombre, ausencia, dolor y distancia. Paula. Es un nombre bonito. Paula significa:

La pequeña. De fuerte personalidad, sociable y observadora.
Le gusta conversar y enterarse de todo lo que pasa a su alrededor.

Creo que hubiese podido hacerlo con ella. Creo que hasta me hubiese anticipado. Porque con Paula eres tú “el pequeño”. Eres fuerte y débil a la vez. Te da para el pelo, se queda contigo, te cierra la boca, te puede. Me volvió loco para siempre. Paula es todo alrededor.

Mikel significa: Tiene buen sentido del humor, es generoso y muy agradable con los demás.

Con ella siempre tienes ganas de reír. De entregarte el lunes, el martes, el miércoles…De que la gente participe. Sí, reconozco que con ella eres mejor persona.

Mikel significa: Le gusta hacer todo tipo de actividades y aprender siempre cosas nuevas.

Las habría hecho todas a su lado. Con ella cada día eres alumno y estás dispuesto a currártelo para sacar nota.

Mikel significa:

Dios es justo.

Aunque con ella sí, hace año y medio que no veo a Paula. Dios no es justo. Dios es un avaricioso padre protector con sus ángeles. Dios no consiente que andes mucho con ellos. Por eso es un triste solterón. Dios es ese tipo de tío resentido que no ha sabido tratar a una mujer y que no permite que tú lo intentes. Dios, se pasó conmigo.

Por eso cuando el Señor Existencia Imposible me soltó aquella bomba el tercer día que cenábamos en su casa me cogió en pelotas. Le dije que ni de coña. Que yo no era quien. Por eso pensé en Paula.

- Tú eres precisamente “quien” – casi no pude sostenerle la mirada.

Víctor significa: Tiene facilidad para hacer amistades. Es confiable y honesto.

- Mira, para empezar, prácticamente nos acabamos de conocer. Y aunque no fuese así y nos tratásemos de siempre, no sé nada de bodas.

- Serás un padrino perfecto – me dice con tanta confianza en sí mismo que me espanto.

Víctor significa: Cuando se propone algo, casi siempre lo consigue.

- Chico, no me mires así. Aunque te lo pueda parecer no es demencia senil – y se ríe – que no te engañen las canas. Este sesentón sabe perfectamente lo que dice.

Víctor significa:

El que triunfa.



***



Por el aspecto de la cafetería donde habíamos quedado con Cristina, temí encontrarme con una de esas ancianitas adorables que pellizcan tus mejillas constantemente como prueba de su afecto. Yo, allí sentado, era la nota discordante del pentagrama de arrugas, ojos cansados, bocas torcidas y gestos de derrota que el tiempo va grabando a lo largo de los años. Si bien aún distaba mucho de poseer la energía y vitalidad que normalmente se le atribuye a alguien de mi edad, aquella murga silenciosa de parejas y grupos de edad avanzada me hicieron comprender que en el carnaval del amor y la pasión es una putada darte cuenta en tus últimos años que la persona que elegiste para compartir tu vida ha hecho que te replantees si verdaderamente has vivido.

Éramos un grupo de lo más peculiar. Mientras apuraba el café, pensaba en cosas así. De hecho, creo que le hubiese preguntado a alguno de los presentes sobre todo aquello si de repente la puerta no se hubiese abierto dejando paso a la sonriente parejita. Fue el Señor Existencia Imposible, haciéndome un favor, quien habló en primer lugar.

- ¡¿No es la chica más despampanante que hayas visto nunca?! – con este hombre cualquier intención de empezar las cosas de forma suave se va al garete en una frase.

- Sin duda alguna. Si no viniese acompañada creo que la sacaría a bailar.

- Quizás deje que lo hagas. Víctor me ha hablado tanto de ti que no me importaría, aunque creo que tendrás que esperar una semana más.

Cristina significa:

Es de fuerte personalidad, racional y de gran sentido común.

- Será un honor intentar no pisarte los pies. No soy buen bailarín.

Cristina significa:

Siempre pone todo su empeño para lograr lo que quiere.

- Seguro que lo harás estupendamente.

Cristina significa:

La que tiene el pensamiento claro.

- ¿Lo ves? Con la confianza que tiene el muchacho en sí mismo, nada puede salir mal – sentencia Víctor de forma lacónica, clavel en la solapa de su traje, mirándola cómicamente.

Lo primero que saqué en claro de aquella primera toma de contacto, fue que me había equivocado enormemente al pensar en cómo sería esta mujer. Lo segundo, mientras me sentaba sonriendo, fue que Cristina tenía la misma franca, sonora, vital y contagiosa risa que su prometido. Y por último, que no tenía escapatoria, porque le había cogido tanto cariño a aquel hombre que cada día estaba más unido a su locura. Que el Señor Existencia Imposible contaría conmigo aquel día.

Tuesday, March 06, 2007

Trabados (continuación 2)


Imagen: Cuadro de M.Barada, cuyas obras dan alma a esta historia.

Chapter three: Lluvia, prozac
y el Señor Existencia Imposible

¿Lo que recuerdo? Recuerdo el cielo. Plomizo e inmisericorde. Lo recuerdo no mirando hacia arriba, sino de frente. Recuerdo la cúpula gris allí arriba escupiéndome milimétricas gotas. El contacto con mi frente y su rápida evaporación. Recuerdo la lluvia.

Recuerdo mi espalda rígida contra el suelo. Debía ser tarde. Recuerdo a las dos putas que me quitaron la mochila. Tenía el cuerpo tan agarrotado que no sentía las piernas. Me sentía tan frágil que me daba la impresión de que si apretaba demasiado los dientes masticaría cristal. Al principio pensé en una infección de estómago. Me había pegado en las tripas con un bate. La fiebre me había derribado, me estaba devorando.

Pero, cuando por más que me esforzaba, no conseguía ver ni escuchar otra cosa que mi propia voz interior me convencí de que era mucho más que una fuerte infección. Llegaría la manta, la bolsa, el papeleo, el sumario y levantamiento de acta. De entre toda la basura humana que lo hace a diario sin que te enteres, yo era el siguiente. Era el turno de Mikel.

Me estaba muriendo.

Y curiosamente lo último de lo que sería consciente iba a ser del azul del mar embravecido clamando por unas sirenas que me llevasen.

-¡Escucha, no cierres los ojos! He pedido una ambulancia. ¡Mírame chico, mírame! ¡Aguanta hasta el hospital!

No es que yo quisiera dejar en medio de la calle mí último suspiro, pero sintiéndome engullir por aquel profundo azul, según Víctor conseguí balbucear:

-Y después ¿qué?

-¿Después? Después dejarás de hacer el gilipollas y permitirás que me ocupe de ti.

-No puedes ser real.

-Eso es, no existo. ¡Ya vienen, tú sigue mirándome!

Lluvia, sirenas, cemento y mis lágrimas tragadas por el mar.


***


-No lo pienses más. Me estabas esperando, es todo. Venga, duérmete.

Intentar cerrar los ojos cuando alguien te come la cabeza con rollos de ese tipo es jodido. Lo más fácil es caer en la tentación de replantearte la historia del madero. De la cruz carcomida. Ves a la Virgen vestida de blanco dándote un buen chute de prozac. A San Judas haciéndote una biopsia de faringe. A San Miguel entubándote los pulmones. Al jefe de todos dando el Credo: mirad desgarros anales, haced un examen tracto intestinal, escáner de la cabeza, analítica completa, nivel de plaquetas, buscad escarificaciones y contusiones…

Ves a los doce apóstoles discutiendo a toda hostia sobre si eres un picota, o un sin techo, o un potador del VIH. Lo ves en sus ojos. Ves que eres todo eso durante horas.

Y después el cerco se estrecha y ¡Bingo!

Te sedan, te clasifican, te suben a planta y te dan la comunión en forma de píldoras de colores.

Pero tú sólo crees en San Coma, Santa Sífilis o San Paciente Terminal. Los llevas tratando toda la vida, sabes de qué van. Son Santos famosos que tienen sus propias series de televisión. Y quieras o no, cuando estás en un hospital, es la única Biblia cierta. La de tu historial clínico.

Es difícil intentarlo así. Es difícil dormir cuando abres los ojos y te encuentras con un desconocido sentado a tu lado que te dice que “le estabas esperando, que eso es todo”. Jodido, muy jodido. No estoy conectado a estos cables y tragando suero porque eso es todo. No tengo ganas de vomitar porque eso es todo. No estoy meando en una bolsa porque eso es todo. Y lo peor de ese todo, es que me acojona pensar que sea así.

Víctor, el Señor Existencia Imposible, me está mirando y me dice:

-No lo pienses - Me fijo en sus manos de porcelana. En sus pantalones de tela. En sus lustrosos zapatos. En su suéter de algodón.

-El Doctor dice que respondes bien - Me fijo en su franca sonrisa. En sus inmensos ojos azules. En el mar - ¿Me estás escuchando?

-Si voy a morir quiero saber en qué lista de causas de muerte van a meterme. ¿Qué tengo?

-¿Qué tienes? – Empieza a reír- Mucha suerte, chico. Lo que tienes es mucha suerte.

Apoyo la cabeza en la almohada y cierro un momento los ojos. Me cuesta mantenerme despierto, pero lo intento con las escasas fuerzas que tengo. Vuelvo a mirar a Víctor.

-Viendo mi estado, más de uno podría contradecirte en eso.

-Eres un caso. Estás apunto de morir y no cesas en tu empeño ¿eh? En el fondo lo supe cuando me miraste allí tirado.

Tengo el brazo derecho hecho polvo de tanta jeringa. Mi voz es el hilo musical de la última escena de cualquier película romántica. Sólo que mis labios hinchados están para pocos besos.

-No es que no te agradezca lo que has hecho. Lo que digo es que si piensas así, no esperes que juegue a la loto contigo.

-Se me dan bien las apuestas.

-Pues has apostado por el caballo perdedor. Dime, ¿de qué estabas seguro?

Es alimenticio ver la buena disposición que tiene cuando de nuevo vuelve a soltar una risotada. Aunque se me hace raro escuchar mi nombre en su boca reconozco que es agradable.

-¿Y lo sigue dudando, Don Zalayeta? De que va usted a venirse a vivir conmigo. Y créame, podrá devolverme el favor muy pronto.Escuche...

Friday, March 02, 2007

Trabados (continuación)



"Virgen de la locura, nunca más te voy a rezar"

Imagen: Cuadro de M.Barada.Un placer,un orgullo,un honor para el blog contar con su inmenso arte y presencia junto a estas letras.


Chapter Two: Huevos revueltos

He perdido casi doce kilos en un periodo record de tiempo. Si fuese médico podría coger un par de fotos mías: el antes y el después, montar un anuncio televisivo para sebosos, y se agolparía una marea humana picando a mi puerta: Doctor Zalayeta, se lo pido por favor, no aguanto más estos michelines, me han echado del equipo. O: se lo ruego, quiero que mi novio me vea como una chica de revista y no como una vacaburra tragalotodo. O: Le pago lo que quiera por esas pastillas mágicas, lo que quiera. Doctor Zalayeta, Doctor Zalayeta, Doctor Zalayeta ¡Queremos ser como usted!

Y sin embargo, ninguno de ellos estaría dispuesto a meterse en mi pellejo. Porque, lejos de lo que creen, no me he puesto a dieta ni atiborrado de milagrosas “capsulas devora-adiposidades-y-bienvenido-al-paraíso”.
No he seguido ninguna tabla de ejercicios o métodos gimnásticos, no aguanto las agujas, así que desechad la acupuntura o cualquiera de esas mierdas místicas. Ni siquiera tengo un puñetero curso en primeros auxilios. No tengo ni idea de pastillas. No soy médico. No soy un ejemplo a seguir.


(Soy la cara de la moneda que no has pedido).


Simplemente, me he ido consumiendo.

Me he ido quemando.

Me he ido derritiendo.

Y seguramente habría seguido haciéndolo hasta dejar en el suelo una mancha de grasa maloliente, me hubiese extinguido por completo, si no hubiese sido por el Señor Existencia Imposible, que es como ha decidido que le llame cuando estamos a solas. Me limito a hacer una pequeña reseña ahora, antes de saltar al momento en el que nos conocimos. Llevo una semana viviendo con él y, aunque debió salir temprano para el hospital esta mañana, me ha dejado un par de huevos revueltos con jamón, zumo de naranja, café caliente, y tostadas sobre la mesa donde desayunamos. Mis tripas van recobrando su ritmo normal. Vuelvo a ser lo mismo que tú: un animal excretor.

Tienes que volver a recobrar fuerzas en seguida – me dice cuando le recrimino por cuidarme demasiado.

Eso llevaría al traste todo - le contesto.

Resolvemos la discusión siempre de la misma forma. Yo intento convencerle y acabo diciendo “este no era el trato”, a lo que el responde con un “bueno, ya veremos luego, tu descansa ahora y hablaremos”. Después recoge todo apresuradamente y se esfuma al hospital dejándome entre protestas tan débiles que acabo por rendirme, hasta la próxima vez. El caso es que, como digo, vivo en su casa y estoy empezando a acostumbrarme a eso. A sus macro desayunos, a sus cuidados y sobre todo a nuestras conversaciones y asuntos pendientes.


***


Cuatro meses antes de este desayuno la puerta de mi antiguo piso se cerraba de golpe poniendo fin a mi relación con Marga. Nunca se lo reprocharé. Es jodido escuchar que la persona a la que quieres va a entregarse a la más absoluta pérdida con los brazos abiertos. Se largó sin decir una palabra. Supongo que había escuchado lo suficiente. Supongo que yo lo había dicho todo. Como despedida me dedicó un: “puedes joderte la vida, pero no esperes que colabore en el proceso”.

A partir de entonces me he ido deteriorando tanto física como mentalmente. Reconozco que no creía que el dinero fuese a dejar mi bolsillo tan rápido, pero una vez asumida mi condición de ex-inquilino, ex-contribuyente, ex-vecino, ex-novio, ex-amante, ex-comensal y ex-animal social al uso, tardé poco en acostumbrarme a mi nueva condición: neo-indeseable perro callejero.


(Soy el cadáver andante que hará que cambies de acera).


Aunque había despachado con más pena que gloria todo lo superfluo: café, cigarrillos, revistas de críticas literarias, cervezas, televisión, luz, teléfono, botes de comida prefabricada y salidas nocturnas, debía ya mes y medio de alquiler, y mi casero sólo tuvo que visitarme una vez para que yo saliera de aquel cubil.

Señol Zalayeta, lamento comunical-le que hay una señolita dispuesta a alquilal el piso. Mañana señol Zalayeta, no más días. O policía. O yo.

Juro que no tengo afán alguno en cachondearme o vengarme del pobre diablo. El tipo hablaba así, o al menos yo le entendía así en el estado de permanente somnolencia en el que estaba sumergido la mayor parte del día. Fue ese “O yo”, lo que me “animó” a dar curso a su petición. Los dos sabíamos que la vía legal podría tardar meses en sacarme de allí dentro, con el consiguiente cúmulo de alquileres pendientes. Yo no pago, tú no puedes alquilar. Pero estos jodidos koreanos llevan siglos dominando la técnica oriental de hacerte un nudo mariposa en piernas y brazos mientras duermes, y ante la perspectiva de abrir los ojos un día y verme en tan incómoda postura dentro de un saco, puse mi culo en la calle a la mañana siguiente. ¿Quién coño iba a echarme de menos? Me largué y entré en la espiral.

En la espiral todo depende del enfoque que le des a las cosas. De lo que seas capaz de imaginar, de tu capacidad para crear a tu alrededor universos paralelos. De creer que el buffet del día está servido en inmaculadas bandejas, y no en bolsas de supermercado llenas de excedentes al pie de un cubo de basura. De dormir en un blando colchón con almohadón de pluma de ganso en el hotel donde se hospeda la actriz de tus sueños, y no pegado al cristal de la cabina de un cajero automático con “La Reme” por vecina esperando que le des un buen apretón. De que tu maleta contenga la última gran novela que has escrito y que entregarás en mano a tu editor para su distribución y multitudinaria venta, y no pensando si te llevarás algo caliente a la boca mañana. Al final te acabas acostumbrando a días mejores y peores. Te acabas acostumbrando a la gente. A lo inesperado. A los pequeños milagros. A las limosnas. A la beatitud en caras ajenas. A huir de los niñatos que quieren darte una paliza. A la delincuencia. Al asco. A no escuchar los retortijones. A que te roben unos calzoncillos sucios. A oler a rancio. A las risas malignas. A ser el mono de la gigantesca feria que es el mundo.

Y aprendes a hacer lo que te hacen. “Quid pro cuo, Clarise”.


(Soy la advertencia que le haces a tus hijos. Soy lo que nadie quiere creer. Soy lo que nadie quiere ver. Soy lo que nadie quiere encontrar. Soy la nada de Mikel.)


En aquellos momentos me di cuenta de que lo único de lo que dependes es del azar. Lo único que nunca vas a perder es la capacidad de elegir. Lo único cierto es que un día vas y te mueres. Lo único que yo tenía en ese momento de mi vida era la posibilidad de que me diesen por el culo definitivamente. O de que me lo salvasen.

Y creo que hablaba antes del Señor Existencia Imposible...