Tuesday, May 30, 2006

Furia Paranoica de un día perfecto (Ficción 1)

Domingo, odio el domingo. “El dia del señor, el dia donde el señor descansó”

El dia donde el jefe decidió tocarse las pelotas, vamos. El séptimo dia de la semana es con mucho el peor. Un cúmulo de despropósitos alrededor de lo que se presume una suma de horas muertas sin saber que hacer y sin querer saberlo.

Como siempre, suena la alarma del despertador, la cual olvidé desconectar la noche anterior. Esta cabeza mía me suele jugar malas pasadas y no desconectar la “alarmita” los sábados es una de ellas. Pero a lo que vamos, que suena la dichosa alarma con un ruido que penetra en mis tímpanos como el pitido de los coches en un atasco…interminable y cargado de violencia.

Levanto mi cuerpo medio incorporándome en la cama, buscando con un cabreo creciente las gafas, que no se dónde coño dejé antes de acostarme. Palpo el teclado del ordenador, no, toco con torpeza la mesilla de noche, tampoco. El tener que levantarme, sumado a mi escasa visión sin las lupas, hace que me cague en los deficientes genes oculares de mis progenitores, pero al fin las encuentro encima de la cajonera…”bueno”.

Me las pongo y apagó el móvil, “que le den por el culo al mundo hoy”.

Miro a mí alrededor y a la primera que veo es a ella. Sigue durmiendo “¿pero como puede seguir sin abrir los ojos…?”. Esta a medio destapar, de espaldas a mí, con su suave piel a oscuras solo iluminada por los halos de luz que penetran por las rendijas de la persiana, que también olvide bajar la noche anterior.

Me quedó mirándola un par de minutos mientras mis ojos se acostumbran a la escasa iluminación del cuarto. Bostezo, “que guapa es”, meto un dedo entre el cristal de las gafas y el ojo, me voy desperezando, le toco un hombro desnudo, “que suave es”, le doy un beso en él y me levanto.

De pie, me miro en el espejo y pienso que tengo que hacer algo de deporte, estoy ganando peso. Después me pongo los calzoncillos y una vieja camiseta de Lou Reed, el viejo Lou, decido que mientras preparo el café voy a poner uno de sus discos. Me cuesta decidirme pero gana el Transformer. Vuelvo a mirarme en el espejo, “vaya greñas”, también decido que me tengo que cortar el pelo.

Salgo de la habitación y voy derecho a la cocina. Una pila de platos y copas sucias me da los buenos dias, “va, luego…”.

Saco el tarro del café - “comprar café” - lo apunto en la cabeza, Hago una cafetera mientras Lou empieza a tocar los primeros acordes de -Perfect Day-, “y unos cojones”, lo quito. Esperó a que pite la cafetera -acto que no tarda en producirse-, la cocina se llena del aroma del líquido estimulante. Apago el cacharro y me pongo una taza, preparo otra para ella y un bollo de esos que le gustan, yo no tengo hambre.

“Bueno, a ver la tele…”. Me tumbo en el sofá y la enciendo. No presto atención a la pantalla. El salón tiene más polvo que el interior de una pirámide, pero no, hoy es el dia del señor, no voy a limpiar. Sonrío.

Me pego una ducha, me peino y espero a que se levante. Se levanta y en media hora hace todo lo que yo he tardado en hacer casi cincuenta minutos.

“Buenos dias, cariño”, me da un beso.

“Buenos dias”, le doy otro.

Me mira con buenos ojos mientras estamos tirados en el sofá. Ayer estuve bien, muy bien viendo la sonrisa que me regala, o eso creo. Sí, seguramente sí.

Estamos viendo la tele una media hora, sin decir esta boca es mía, sin ganas de hacer nada en toda la mañana…hasta que suelta la bomba.

“Podíamos ir a dar un paseo a la plaza”, me estalla en la cara, me duele, me hace girarme y encontrarme con sus ojos y su amplia sonrisa, “no vamos a estar toda la mañana así”.

Joder, ¿Por qué no? Es justo lo que pensaba hacer. Pero no se lo digo claro, lo pienso y me limito a sonreír como un gilipollas mientras las palabras salen de mi boca sin saber cómo. Igual que rehenes que escapan de su secuestrador a toda velocidad cuando este se despista un instante.

“Vale”, ¿vale?, que idiota eres amigo.

Veinte minutos después estamos en la calle, ella moderadamente arreglada, yo con vaqueros y la camiseta de Lou Reed bajo la chupa vaquera.

Bajamos la avenida y cruzamos por el paso de cebra después de esperar interminables minutos a que el muñequito del semáforo se digne a ponerse en verde.

No tengo ganas de seguir, quiero volver a casa y que las horas me traguen sin hacer nada. Pero sigo, paso tras paso, hasta llegar a la plaza. A ver como le dices después de lo de anoche que malditas son las ganas de ir a ningún sitio, pero toca hacerlo. No la veo desde hace una semana, enfrascados los dos en nuestro intento de labrarnos un futuro, no la veo desde hace una semana y ¿quién tiene huevos de decir que no te apetece dar una vuelta con ella, de salir a “disfrutar” de la ciudad después de siete tediosos dias de no vernos? Yo no. Casi siempre estoy encantado de hacerlo, pero hoy no. No le digo nada, seguimos andando.

Ya hemos llegado al centro y viene lo peor. Aguantar el jaleo de todos los gilipollas que aprovechan el domingo para sacar a sus señoras y a sus putos mocosos a la calle.

¿Has tenido uno de estos dias? Quiero matarlos a todos, sin juicio ni veredicto tío, borrarles la estúpida sonrisa de la cara, mandarlos a sus putas casas de una patada en el culo. ¿Sabes a que me refiero? Sí, seguro que sí. Sigo andando a su lado.

Nos sentamos en una terraza y miro sus caretos de hipócritas domingueros. La mayoría calla. Parejas, sobre todo de viejos que salen a la calle para no tener que decir a sus amigos que el domingo lo pasaron en casa. Bebiendo cervezas “sin” y copas de vino engalanados hasta las cejas. Ni siquiera hablan entre ellos, pero claro, así podrán decir que el domingo salieron a la calle, “hacia buen dia y fuimos al centro a tomar un vino”, ¿sabes como te digo? Sí, seguro que sí.

Pedimos una cerveza con limón para ella y una jarra de cerveza para mí. Tardan diez minutos en servirnos y las dos están ya calientes. Le dedico una sonrisa al camarero, de esas que quieren decir “me cago en tus muertos” y le pregunto lo que debemos. El me sonríe también, “jódete gilipollas”, y me coge el billete de cinco pavos para devolverme un par de monedas…todo educadamente, puto cabrón. Cómo están los precios.

Hace calor y me quito la chaqueta. Mi piel está muy blanca –bronceado flexo- y la pinta que llevo desentona con la de la gente (trajes y reciente peluquería) como una gota de aceite en un vaso de agua. Nos liamos a hablar de todo un poco, estoy lo más a gusto que puedo, pero no dejo de pensar en irme a casa y tragarme dos o tres pelis seguidas. Con ella tumbada junto a mi, la manta por encima y el paquete de Camel al lado.

No volveremos a tener ocasión de estar juntos hasta otros siete dias después y me esfuerzo por no hacerle notar todo esto. Parece que lo consigo.

Acabamos la bebida y vamos de sitio en sitio, pidiendo cerveza y comiendo de las tapas que nos ponen hasta la hora del café.

A las cinco nos metemos en el Fiztgerald, un café muy íntimo donde ponen jazz. Hay poca gente pero no tarda en llenarse. Parecen hormigas todos juntitos. Pedimos dos capuchinos que están de muerte y parece que voy entrando en calor. Me animo.

Veo a un par de colegas y hablo un rato con ellos, hemos tocado algunas veces juntos y es agradable oir sus tonterías después de toda la mañana aguantando el ruido de la gente.

Se piran y vuelvo a hablar con ella, que me hace un interrogatorio exhaustivo sobre quienes son, las pintas que llevan y todo lo demás. Nos acompaña Duke Ellington de fondo, prefiero a Tatum, pero reconozco que el “Take the A Train” lo toca de vicio el mamón. Son las siete y nos piramos de allí. Toca despedirse.

En un punto intermedio de nuestros respectivos pisos nos besamos apasionadamente mientras un par de críos nos miran excitados. Le agarro el culo y seguimos besándonos unos segundos mientras miro de reojo a sus caras llenas de expectación.

“No desesperéis…”, les digo y los cuatro nos echamos a reír.

Nos alejamos un poco, otro beso. “Mañana te llamo yo…”, decimos los dos a la vez. Nos decimos hasta luego y cada uno tomamos un camino. Pienso en llegar y acabar el puto día de una vez por todas. Suena el móvil, que acabo de encender, y el del otro lado de la línea, con voz desesperada, me dice que el trabajo que hemos estado haciendo durante toda la jodida semana no le convence, algunos puntos no son coherentes.

Pienso de nuevo en llegar a casa. Otra bomba, “te he estado llamando todo el día, vente a mi casa y lo repasamos, que mañana es la entrega”.

“En quince minutos estoy ahí”, me oigo decir con asombro. No queda otra, tengo que ir.

A las doce de la noche llego a casa preparado para meterme en la cama y mandar el dia del señor, el dia del descanso a la mierda más negra que puedo imaginar.

Paso a la cocina y…Paso a la cocina y la misma pila de platos y copas sucia me da las buenas noches. Sonrío, pero esta vez me pongo a lavar como buena “maruja”. No sin antes acercarme al aparato de música, apretar el play… “ Perfect Day”.

Empiezo a reír a carcajadas. Un dia perfecto, sí.

3 comments:

Maik Pimienta said...

Amigo, que sepas que me ha gustado mucho el relato. Transmite realidad, y eso es para valorar. Un aplauso para su escritor.

Saludos!

Alunizado said...

El escritor se alegra de que te haya gustado.

Gracias por seguir pasándote por aquí.Un saludo!

Johnymepeino said...

Joder y yo pensando que el único imbécil que no tiene a nadie al lado cuando se despierta los domingos, que saldría más contento que una mierda sin pisar a mil rincones para compartir nuestro domingo, que renunciaría al resto de la humanidad... que jamás llegaría el puto domingo noche tumbado sobre la cama, a oscuras, más puto solo que la una, oyendo las notas de una tele cercana que entra por la ventana trayendo la melodía, a lo lejos, de Canción triste de Hill Street... era yo.