La leche es blanca, el queso fresco es blanco, la escayola del techo es blanca, los osos polares son blancos, la nieve es blanca (por eso los osos polares son blancos ¿Qué no?)…pero, el blanco de la cara de Dr. Black, psiquiatra desde hace más de veinticinco años, en el día de hoy, le da un nuevo matiz a este color. ¿Quién piensa cuando está tomando tostadas antes de empezar a ejercer que va a tener un paciente así? Escuchen, escuchen y háganse una idea…
-Pero ¿cómo voy a darle la baja?
-Usted verá, yo no puedo más.
-A ver, a ver, que esto me supera. Me está diciendo que quiere la baja por…
-Depresión.
-Por depresión.
-Estoy hasta el cráneo, y ya me perdonará usted.
-Hasta el cráneo, ya.
Black saca de su bolsillo un pañuelo de seda y se seca el abundante sudor que le chorrea por la frente. Si el paciente que tiene tumbado en el diván tuviese rostro, el psiquiatra tendría la vista clavada con incredulidad en su rostro. Pero donde busca pómulos hay hueso. Donde busca ojos hay dos cuencas vacías. No hay labios, ni orejas, ni pelo, ni por supuesto arrugas. Por no haber no hay ni expresión facial, sino una boca que castañea con cada palabra. Una voz gutural y cansada, muy cansada. Si no fuera la Muerte quien le está hablando le daría la baja simplemente por el tono hastiado de su voz. Vuelve a guardar el pañuelo en el bolsillo transformado por el sudor en una gigantesca bolsita de te. Los dos agujeros que la muerte tiene sobre y a ambos lados de la nariz miran al Dr.
-Reconozco que quitando las primeras eras, donde más que segar vidas las despegaba del suelo a duras penas…a todo esto ¿sabía que el ochenta por ciento de las defunciones al principio de los tiempos podrían haberse evitado si sus predecesores no hubiesen tenido la manía de meter la nariz bajo las pezuñas de los…los…esos elefantes peludos, hombre…?
-¿Mamuts?
-Exacto. Déme la baja por alzheimer también, a todo esto. Pues eso. Especie tonta la suya. Va, que me distraigo. Decía que quitando esos primeros momentos, la verdad es que le cogí el gustillo pronto a esto. Pero ¡Calaveras! Se están poniendo de un insoportable de un tiempo a esta parte que ni le cuento. Está usted pálido, oiga.
-Oh, se me pasará enseguida. En cuanto me de un ataque al corazón…digo…a ver ¿Cuándo empezó a sentirse así?
-Pueeeees, la última vez que disfruté fue con la Revolución Francesa ¡Ank, ank, ank! (cómo esperan que se ría la muerte). Se lo juro, yo encima de la guillotina descojonada de risa. ¡Qué invento, muñones! Me lo daban todo hecho, y encima con ese toque tan chic de los franceses, ya sabe. Que anda que no son ustedes los americanos burros, perdone que se lo diga ¿sabe lo que es levantar un espíritu después de estar sentado en la silla eléctrica?
-¿Hace falta que responda? Necesito un vaso de agua o un tranquilizante o…o…
-Beba, beba, no se corte. ¡Pues es horrible! Si tuvieran que estar cargando con ese tufo hasta el abismo se lo pensarían dos veces.
-Bueno, no sé, siempre he estado en contra. ¡Pero que estoy diciendo… y por dios no me mire así!
-¡¿Así cómo?!
-Déjelo, no es culpa suya, lo siento, mil perdones, no se me excite por favor. Bueno, también tiene sus cosas buenas ser la…esto es imposible…quiero decir que cuenta usted con fama en todo el mundo.
-Sí, no vea. Están invitándome a tomar café cada dos por tres.
-No me refería a eso. Píenselo, le han dedicado títulos de canciones, de películas, le tienen pavor en todo el planeta, hay quien en ciertas fechas se disfraza de usted.
-Lo reconozco. La fama es muy golosa, pero te sientes incomprendida. Yo más de una vez me conformaría con que los domingos me invitasen a un buen asado con patatas.
-Mujer, es que tiene unas cosas…perdón, perdón. No se me venga abajo. Bueno, veamos, dígame qué le gustaría cambiar.
-Para empezar el nombre, que no me acaba de convencer, yo que sé.
-Ah…¿Y ha pensado alguno?
-Adolfa, Benita…ahora mismo no sabría decirle.
-Madre mía, mira que me lo temía…Con calma, tampoco es algo esencial. Céntrese en el meollo del asunto.
-Pues que no me habitúo a estos tiempos modernos. Antes era mucho más fácil, llegaba la hora fatal, cogía mi guadaña, me presentaba en el sitio en cuestión y ¡ZAS¡
-Joder, qué susto ¿no podría gesticular menos?
-Mea culpa. Me contendré. Quería decir que antes daba gusto. A veces charlaba con las almas de los muertos hasta la mismita puerta del olvido.
-Comprendo ¿y ahora?
-¿Ahora? ¿Le cuento la última?
-O váyase si quiere, no importa. Tengo muy poca educación, déjeme con la palabra en la boca, no me molestaré…
-Calle un poco ¡por todos los psicópatas!
-…
-Escuche: Varón, 55 años, raza blanca, divorciado y con dos hijos, empresario, en la quiebra…al grano, infarto de miocardio. Todo perfecto ¿no? Pues NO. El tipo va y me dice que sí, que sí, que espere un poco y me atiende. Y yo: Oiga que la muerte no puede esperar, que la hora es la hora. Y él empieza a gritarme que si sé por lo que está pasando, que tiene que aguantar muchísimo estrés, que necesita acabar esa llamada que está haciendo.
-Y usted…
-Descolocada, atónita, de mal humor, y nada que me senté en un banco a que el buen hombre colgase el dichoso aparato. Media hora, Dr, media hora afilando la guadaña mientras miraba a los patos nadar. Y cuando por fin cuelga y se acerca me dice que vende pólizas de seguros, que podíamos hacer negocio, que no nos pillaran los inspectores…
-Comprenderá que no de crédito y que me esté volviendo demente ¿no? Ji ji ji ji…jo jo jo
-Pues no. ¿Por?
-Ehem. Cosas mías, siga, siga doña segadora de almas…
La muerte sigue contándole todo sin percatarse de que el Dr se ha levantado y puesto un cucurucho de papel en la cabeza.
-Pues como eso, cientos de cosas. Están todos locos ¿lo sabía?...
-Síiiiiiiiii….glup glup glup…
-Aunque quizá sea culpa mía. Toda la eternidad con esta pinta…lo mismo si me pongo algo más moderno, o me compro un portátil. No, ya sé, monto un gabinete, me cojo unas vacaciones, treinta dias al año para irme al campo a pescar o lo que sea. Estaría bien, sí. Relax. Que no puedo seguir así.
-Y cambiar la guadaña por una pistola, es más rápido ¡no lo olvideeeee! Beeeeeee, beeeee, beeeee…- se oye gritar a Black desde el otro lado del despacho.
-Tiene razón, voy a intentarlo. ¡Por todos los actos atroces! Desde hoy, juro que nunca más volveré a pasar agobios. ¿Sabe, estoy mejor? Gracias por escucharme.
-No se preocupe querida, es la soledad y eso de no poder contarle sus problemas a nadie.
-Cuánta razón lleva. Y pensar que he estado a punto de crear un caos global. Mire, Dr, esto tenemos que repetirlo la semana que viene, que me hace mucho bien.
-Lo que quiera, faltaría más. Llame a mi mula y concrete cita que yo la espero en mi castillo de arena.
-Muy bien, pues ya está, entonces. ¡Qué tarde es! Me voy, que tengo un par de sitios pendientes. Hasta la semana que viene…o…espere…me da que no va a estar usted disponible. Veamos, Dr Black, psiquiatra, eso es, aquí está. Quiero decir que hasta la noche…no se preocupe por la escalera, la cambiaran por una que resbale menos. Lo dicho, hasta la noche a eso de las diez y media.
-Adiós, guapetona.